El pasado fin de semana (10 y 11 de julio) ha aparecido citada en algunos diarios, con más alegría que rigor, una Sentencia del Tribunal Supremo del pasado mes de marzo que, según esos medios, venía a establecer una nueva línea doctrinal al permitir a los autónomos deducirse los gastos en comidas de trabajo. Rezaba uno de los titulares: “El Supremo sentencia que los autónomos pueden deducirse los gastos en comidas de trabajo”.
La Sentencia, que verdaderamente es importante, sin embargo ni habla de autónomos ni de comidas de trabajo; trata sobre una sociedad a la que se había impedido deducir como gasto los intereses bancarios para formar su autocartera. La escasa relación del titular de la noticia con la Sentencia no es óbice para reconocer su trascendencia, aunque no tanto por las comidas de empresa como por dos pautas generales que incorpora entre los fundamentos para llegar a una conclusión que nada tiene que ver con los almuerzos.
La primera pauta es que es gasto fiscalmente deducible en el Impuesto de sociedades todo lo que es un gasto contable según el Código de Comercio o el Plan General Contable, con los matices que señala la propia L Ley precisa que esas “liberalidades” no tendrán la consideración de liberalidades si guardan esa correlación que, por lo demás, ni ha de ser directa ni inmediata. Es decir, las típicas comidas con las que se obsequia a un cliente para que compre más o a un proveedor para que venda más barato, la cena de Navidad con la plantilla, el reloj de oro a los trabajadores que cumplen 50 años de servicios -alguno hay-, como quiera que en sentido amplio tienen correlación con la obtención de los ingresos, deben ser gastos deducibles.
En fin, la verdadera originalidad de la doctrina está en admitir la correlación indirecta y no inmediata entre el regalo y el ingreso, o sea que no es necesario que la liberalidad (en el ejemplo, una comida) esté vinculada a un pedido concreto o a una potencial venta inmediata sino que basta con que sirva para mantener una relación cordial con el tercero (proveedor, cliente o trabajador) para que algún día nos trate con cariño, nos tenga entre sus potenciales proveedores cuando haya de acristalar un edificio o apure hasta el último minuto en la jornada de trabajo en vez de mirar impaciente el reloj cuando quedan cinco minutos. Bueno, admitámoslo, también es novedoso referirse a los almuerzos como liberalidades. “Cariño, no me esperes a comer que voy a liberar a unos proveedores. ¿Que están encerrados? No, pero tienen hambre“